martes, 13 de marzo de 2012

Traslado forzoso de niños sobrevivientes de la masacre de Río Negro Municipio de Rabinal, Baja Verapaz


Caso ilustrativo No. 14


Traslado forzoso de niños sobrevivientes de la masacre de Río Negro Municipio de Rabinal, Baja Verapaz
“Durante los tres años me trató como un esclavo, me mantenía trabajando todos los días y siempre me maltrataba porque decía que mis padres fueron guerrilleros … No es fácil olvidar lo que pasó”.
“Cuando apareció [mi hijo] sentí como una alegría y como una tristeza a la vez porque no todos mis hijos ya no estaban cabales, saber qué sentí”.

I. ANTECEDENTES
El 13 de marzo de 1982 efectivos del Ejército de Guatemala y patrulleros de Autodefensa Civil de Xococ dieron muerte a 70 mujeres y a 107 niños de la aldea de Río Negro, quedando vivos 18 niños y niñas, que más tarde fueron forzados a convivir durante casi dos años con los mismos integrantes de las patrullas que ejecutaron a sus familiares. Ambas comunidades, Xococ y Río Negro, forman parte de la etnia achi’.

II. LOS HECHOS
El 13 de marzo de 1982 hacia las cinco de la tarde, concluida la masacre de Río Negro (http://raulfigueroasarti.blogspot.com/2012/03/masacre-y-eliminacion-de-la-comunidad.html), los soldados y patrulleros civiles se dirigieron a Xococ, llevándose con ellos a 18 niños, los únicos sobrevivientes de aquella operación.
Caminaron toda la noche. Los niños iban escuchando lo que los patrulleros decían sobre lo sucedido: “…Que se murieron por malas gentes, unos decían que mataron diez, otros quince”. A la una de la madrugada del día siguiente, llegaron a Xococ.
 “Entramos en la iglesia y nos dieron comida. Nos estaban esperando. Lo que preguntaron es si sólo nosotros quedamos como sobrevivientes
o si quedaron las mujeres vivas. Ellos dijeron que a las mujeres las mataron”.
“Era como una fiesta, mataron ganado, comieron carne y tortilla, yo no comí porque estaba triste por todo lo que sucedió”.
Una de las primeras reacciones en los niños fue experimentar un gran sentimiento de impotencia: “…Yo estaba llorando y todo porque vi que mataron a mi mamá”. “Estaba llorando, me quería ir para Río Negro otra vez … a puras amenazas logró de convencerme”.
Ese mismo día, al amanecer, los militares dieron autorización para que los patrulleros se llevaran a los niños, “…cada patrullero llevó su huérfano a su casa”.
“Me dijo que no vamos a llevar a mi hermano a Xococ porque además que Xococ quedaba lejos y él estaba cansado y no podía llevar a mi hermanito. Le dije que si él no va a poder, yo lo voy a llevar porque no le iba a dejar en el lugar. Me dijo que ellos no tenían hijos y que a su esposa no le gustaba mantener y que yo podía trabajar por ser grande. Mi hermanito estaba sentado a mi lado y me lo quitó a la fuerza … lo amarraron con lazo y empezó a caminar. Cuando llegó en el lugar donde estaban las mujeres ya muertas, lo soltó y con sus pies le estrelló su cabeza en contra de las piedras. Cuando ya se murió lo dejó tirado con las demás mujeres”.
Durante el tiempo que los niños vivieron en la casa de los patrulleros, fueron obligados a realizar trabajos forzados. Las niñas realizaron tareas domésticas: “… Me dedicaron a traer agua, hacer chilate, hacer tortilla, a llevar el nixtamal, a lavar ropa”. Los niños realizaron trabajos agrícolas en el campo.
“Nosotros íbamos creciendo y ya me dieron como varón un machete para hacer leña y para ir a trabajar”.
En las comunidades rurales de Guatemala, este tipo de labores se asignan a muy temprana edad a los niños, debido a que son necesarias para la sobrevivencia familiar. Sin embargo, los testimonios recogidos por la CEH relatan que el trato que le dieron a los menores fue diferente en relación al de los propios hijos: “… No me trató igual que a los hijos de ella, a ellos les daba comida, no los regañaba, no les pegaba”. Asimismo, se vieron forzados a realizar trabajos muy duros para su edad y cuando no los cumplieron fueron maltratados.
“Entonces un día que yo no podía trabajar con los bueyes y él se enojó mucho, y me sentó dos garrotes en el cuello … comencé a vomitar sangre. Mientras me pegaba, como siempre, me decía que mejor me mandan a descansar de una vez porque había bastantes hoyos y que no le costaba enterrarme”.
Algunos de los niños también fueron golpeados con brutalidad y amenazados de muerte: “…Faltó uno de los animales. Me amenazó con que me iba a matar … trajo unos lazos, con una punta la amarró al techo y con la otra me puso en el cuello. La esposa no dejó que me mataran”.
Según testimonios, los hermanos Florinda y Balvino, de apellidos Uscab Iboy, de tres y doce años de edad, respectivamente, murieron a consecuencia de los malos tratos.
“Se murió porque la trataron mal. Ella no podía hacer nada … fue regalada porque no se podía hacer nada por ella, murió de enfermedad, por falta de cuidado, se le hinchó los pies, la cara”.
Los dieciocho niños de Río Negro pertenecientes a la etnia achi’, comprendidos entre la edades de tres a catorce años de edad, sufrieron alteración en el proceso de formación de su personalidad e identidad, además de haber sido testigos presenciales de la ejecución de sus familiares y vecinos, por negárseles el derecho a regresar a su comunidad de origen y obligarlos a convivir con los victimarios e imponerles los valores éticos y morales de éstos.
“Todas las noches me iba a dormir con los patrulleros. Cuando un niño cumplía diez años tenía que ir a dormir con los patrulleros. Había noches en las que se escuchaban gritos de mujeres que estaban encerradas en cárceles clandestinas. Varias noches escuché lo mismo. Entre los patrulleros se contaban lo que pasaba. A las mujeres les mataban y a los niños no. Cuando se iban a hacer masacres, el Ejército se quedaba como un mes en Xococ y todo lo que robaban era para mantener al Ejército … y querían que a la edad de 15 años yo me iba ir al Ejército”.
A otros niños les cambiaron de nombre y sustituyeron sus apellidos por el de los patrulleros: “… Me cambiaron de nombre y me sacaron la cédula con este apellido [del patrullero]”.
Intentaron provocar en los infantes asimismo, sentimientos de culpabilidad a través de la estigmatización de los habitantes de Río Negro y de sus parientes.
“…Me preguntaron dónde estaban mis papás, les dije que no sabía; ellos dijeron que estaban encuevados porque eso es lo que hacen los de la guerrilla … Los hijos de la señora me trataban como hija de guerrilleros”.
Pero los niños más crecidos buscaron formas activas de afrontar la situación, ya fuera preguntando sobre lo sucedido o bien tratando de escapar. “…Porque nosotros íbamos creciendo y estábamos pensando si es nuestra mamá, si es nuestro padre. Un día, un señor de ahí me dijo que donde vivía no eran nuestros padres”.
“Intenté darle machete un día, le tiré el machete y pensé que me iba a matar. Me salí corriendo. Después regresé y me llevó a la iglesia. Me dijeron que si no quería ir con él, me van a trasladar al destacamento … Un día fui a dormir en una casa abandonada en el monte, aguanté el dolor y me regresé a vivir con el patrullero. Yo quería salir de la casa, pero no sabía a dónde. Cuando era joven, pensaba, yo no quiero estar aquí”.

III. DESPUÉS
Dos años más tarde los familiares que el día de la masacre no se encontraban en la aldea y regresaron a su comunidad después de permanecer durante un tiempo en la montaña, tuvieron conocimiento de que los niños vivían en Xococ y que no habían muerto en Río Negro. Al enterarse, procedieron a realizar las gestiones correspondientes para recuperarlos, ante la municipalidad de Rabinal y el juzgado de Salamá. Los trámites fueron facilitados por el destacamento militar de Rabinal.
“Un día me vine con la mujer del patrullero, siempre me mantenía sentado en la plaza, dije que me iba a orinar y me fui al parque. Caminando, de repente apareció mi hermana, como si fuera un milagro y me abrazó. Empezó a preguntarme por mis hermanos, le dije que todos estaban muertos. Me dijo que para mientras esté con el patrullero otros meses más mientras que ella iba a empezar un proceso legal con las autoridades”.
Finalmente, los niños fueron entregados a sus familiares. Sin embargo, para resistirse a entregarlos los patrulleros de Xococ utilizaron medidas coercitivas. Les dijeron a los niños que sus familiares eran guerrilleros y que los volverían a matar.
“El patrullero comenzó a amenazarme y me dijo que si me voy con mi hermana, nos van a matar nuevamente porque ya demostraron que sí son capaces”.
Los patrulleros querían también recibir dinero a cambio de devolver a los niños. “Lo llamaron [al patrullero] y no lo quería entregar, como cinco veces se le mandó la solicitud … Me dijeron que lo entregaban si pagaba la comida y la ropa que le habían dado”.
Cuando iban a ser entregados a sus familiares de Río Negro, varios de los niños tuvieron temor porque los patrulleros ya los habían amenazado.
“Yo le dije a mi papá que no puedo irme porque los van a matar, él me explicó que no hay problema porque ya sabe la ley y que ellos se habían rendido [se habían amnistiado], entonces, me dijo que la ley dice que me tengo que quedar y por eso nos quedamos”.
Los niños pequeños, quienes no habían conocido lo suficiente a su familia, tuvieron dudas sobre la verdadera identidad de sus parientes: “…Yo estaba asustado porque qué tal si no era mi papá y qué tal que si fue mi papá … sentí algo de tristeza porque no sabía que mero era mi papá”.
Las actas municipales de marzo de 1984, en donde consta que los niños fueron entregados a sus familiares, refieren los hechos de esta forma:
“[Según el patrullero] desde hace dos años, aproximadamente, tiene en su poder a la menor, de siete años, por motivos de haberla recibido de manos del señor comandante de la zona militar de Cobán, cuando junto a otros niños fueron encontrados abandonados en la aldea de Río Negro … y que cuidó a la mencionada menor por un acto puramente humanitario. [Posteriormente, la hermana de la niña dice que] agradece [al patrullero] el haber cuidado a su hermanita … que únicamente le pide a Dios por él para que lo proteja y le pague el favor de haber cuidado a su hermanita…
En la actualidad, todos son jóvenes, algunos de ellos viven en Pacux y otros en Cobán o en la ciudad de Guatemala.

IV. CONCLUSIONES
La CEH llegó a la convicción de que los patrulleros de autodefensa civil de Xococ, con la aquiescencia del Ejército de Guatemala, separaron a numerosos menores de Río Negro de sus grupos familiares, negándoles el derecho a regresar a su comunidad de origen y obligándolos a vivir con patrulleros, en violación al derecho que asiste a todo niño a que se preserve su identidad y relaciones familiares de toda injerencia ilícita o arbitraria.
La CEH arribó, también, a la convicción de que, durante el tiempo que los niños fueron obligados a convivir con los patrulleros, les sometieron a trabajos forzados y maltrato, provocando la muerte de dos menores, lo cual, además de violar el derecho a la vida en este último caso, vulneró el derecho de todo niño a estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de trabajos nocivos para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social.
Por otra parte, la CEH considera que el tipo de relación establecido con los niños, por los patrulleros de autodefensa civil de Xococ, posibilitaba el desarraigo de los niños de los valores éticos y morales de su comunidad de origen, al cambiar sus apellidos y sustituirlos por los de los patrulleros, y al impedirles a conocer su familia, con lo cual se violó los derechos de todo niño a preservar su nombre y a conocer a su grupo familiar.
La CEH considera que el caso es ilustrativo de otras situaciones en que las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) se hacen cargo de niños víctimas de masacres, negándoles el derecho a una vida digna y la posibilidad de gozar de los derechos y garantías mínimas otorgadas a los menores tanto por la legislación nacional como el derecho internacional. En este sentido, el Estado de Guatemala infringió su obligación de proteger a la población civil infantil durante el enfrentamiento armado y no adoptó medidas para asegurar la reintegración familiar y social de muchos niños víctimas de violaciones masivas a los derechos humanos.
Finalmente, el caso ilustra como los niños fueron víctimas directas del enfrentamiento armado interno, situación que acentuó las consecuencias psicosociales derivadas del mismo.

Fuente: Comisión para el Esclarecimiento Histórico, Guatemala memoria del silencio.

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