domingo, 11 de marzo de 2012

Los mangos de amatillo




Ya llegó la temporada del mango de amatillo (Mangifera indica), también conocido como mango de pita o de pashte; y justamente hace un momento acabo de disfrutar de su delicioso sabor y ahora trato de liberarme de las consecuencias de comerlo como dios manda, los hilos que inevitablemente se quedan adheridos a los dientes. Y es que según manda dios, este mango hay que apretarlo entre las manos, con la cáscara, hasta hacer de él algo sumamente blando y lograr que la pulpa se separe de la cáscara y suelte todo su jugo. Luego se le abre un agujerito en la punta y se succiona el jugo y la pulpa suave. Cuando ya no hay jugo, se separa la cáscara, se raspa con los dientes lo poco que le haya quedado de pulpa, para terminar haciendo lo mismo con la pepita hasta dejarla limpia, blanquita; y quedarse uno luchando con los hilos entre los dientes y las manos impregnadas de azúcar frutal.
Para mí el mango de amatillo, fue el primer nombre con que lo conocí siendo niño, no es un mango más. Es el mango. Y junto con la piña y la pitahaya es de las frutas que más gozo.
Cada año que como mango de amatillo recuerdo a la señora, de cuyo nombre no me acuerdo ahora, que vivía a una cuadra de mi casa y en cuyo patio había un árbol de mango y en época de cosecha llenaba su canasto de mangos, se lo ponía en la cabeza y salía por el pueblo a venderlos en las casas que no tenían en sus patios tan deliciosa fruta. Lo hacía por las tardes y mi madre siempre le compraba. Era ella una señora que vivía solo con su marido, no tenían hijos, y que según decían padecía de tuberculosis.
Aunque mis recuerdos de infancia son escasos y muy muy fragmentarios, en una ocasión, por la tarde llegó la vendedora de mangos a cuchichear con mi madre. Salieron a la puerta de la tienda, mi mamá tenía tienda, a ver hacia la casita de madera, encalada de blanco, y debajo de la frondosidad del árbol de mango había un taxi. Un taxi en el pueblo era cosa inusual; salvo las raras ocasiones en que algún fuereño con recursos llegaba en uno de ellos para ir consultar con don Tino, el curandero del pueblo, de prestigio nacional.
Pero en ese taxi no iba ningún paciente de don Tino. Era una mujer misteriosa. Que, según pude deducir con lo poco que oí, tenía pretensiones de robarnos a mí y a mi hermanita. Nos quería secuestrar. Así que de inmediato tuvimos que entrar los a la casa, con instrucciones tajantes de no salir para nada, hasta que el taxi no hubiese abandonado el pueblo. El resto de la tarde fue de recibir informes regulares sobre el taxi. Que ya no estaba en esa esquina, que se había movido a otra, que fulano de tal lo vio en tal parte; hasta que finalmente respiramos tranquilos cuando se confirmó que había partido.
Años después supe que la presunta secuestradora era mi madre, mi madre biológica, de cuyo seno mi padre nos arrebató a mí, mi hermanita y mi hermano mayor cuando teníamos entre año y medio y seis años de edad.




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